Las tecnologías del siglo XXI, como los robots, la realidad virtual (VR) y la inteligencia artificial (IA), se están colando en todos los rincones de nuestra vida social y emocional, modificando la forma en que entablamos amistad, creamos intimidad, nos enamoramos y nos excitamos.
Por un lado, estas herramientas pueden ayudar a proporcionar un apoyo muy necesario. Por otro, corren el riesgo de aumentar la desigualdad sexual y sustituir la valiosa interacción en persona por sustitutos poco ideales.
Tres tipos de intimidad artificial
Cuando se menciona por primera vez la intimidad artificial, la mente de muchas personas puede saltar directamente a los robots sexuales: muñecas sexuales robóticas realistas que algún día podrían caminar entre nosotros, difíciles de distinguir de los seres humanos vivos, que respiran y tienen orgasmos.
Pero a pesar de las muchas cuestiones importantes que plantean, los robots sexuales distraen del juego principal. Son «amantes digitales» que, junto con el porno en realidad virtual, los juguetes sexuales mejorados con inteligencia artificial y el cibersexo mejorado con dispositivos hápticos y teledildónicos, constituyen sólo uno de los tres tipos de intimidad artificial.
La segunda categoría, los «casamenteros algorítmicos», nos emparejan con citas y ligues a través de aplicaciones como Tinder y Grindr, o con amigos a través de plataformas de redes sociales.
Por último, tenemos los «amigos virtuales», que incluyen aplicaciones para terapeutas, personajes de juegos mejorados con IA y chatbots para novios. Pero los más omnipresentes con diferencia son los asistentes de IA, como Alexa de Amazon, Assistant de Google y DuerOS de Baidu.
Los amigos virtuales aplican varios tipos de IA, incluido el aprendizaje automático, mediante el cual los ordenadores aprenden nuevas formas de identificar patrones en los datos.
Los algoritmos de aprendizaje automático son cada vez más avanzados a la hora de cribar enormes cantidades de datos de los usuarios y aprovechar los rasgos únicos que nos convierten en los seres cooperativos, culturales y románticos que somos. Yo los llamo «algoritmos humanos».
Acicalar a nuestros amigos
Los primates, desde los monos hasta los grandes simios, se acicalan unos a otros para crear alianzas importantes. Los humanos lo hacemos sobre todo a través del cotilleo, la radio de noticias de la vieja escuela que nos informa sobre las personas y los acontecimientos que nos rodean. El cotilleo es un proceso algorítmico mediante el cual llegamos a conocer nuestros mundos sociales.
Las plataformas sociales como Facebook aprovechan nuestros impulsos de hacer amigos. Agrupan a nuestros amigos, pasados y presentes, y facilitan el intercambio de cotilleos. Su algoritmo de emparejamiento es excelente para identificar a otros usuarios que podamos conocer. Esto nos permite acumular más de los 150 amigos que normalmente tendríamos fuera de Internet.
Las empresas de redes sociales saben que utilizaremos más sus plataformas si nos envían contenidos de las personas más cercanas a nosotros. Por eso dedican mucho tiempo y dinero a buscar formas de distinguir a nuestros amigos íntimos de los desconocidos de antes.
Cuando las redes sociales (y otros amigos virtuales) hackean nuestros algoritmos de friend-grooming, desplazan a nuestras amistades offline. Al fin y al cabo, el tiempo que pasamos en línea es tiempo que no pasamos en persona con amigos o familiares.
Antes de los teléfonos inteligentes, los seres humanos pasábamos unos 192 minutos al día cotilleando y «acicalándonos» unos a otros. Pero hoy en día, el usuario medio de las redes sociales pasa 153 minutos al día en ellas, lo que merma sus relaciones fuera de línea y el tiempo que de otro modo dedicaría a tareas no sociales, como jugar y, sobre todo, dormir.
Los efectos de esto en la salud mental pueden ser profundos, especialmente para los adolescentes y los adultos jóvenes.
Y las redes sociales seguirán evolucionando a medida que los algoritmos de aprendizaje automático encuentren formas cada vez más atractivas de captar nuestra atención. Con el tiempo, podrían pasar de ser casamenteros digitales a amigos virtuales que escriben, publican y hablan con nosotros como amigos humanos.
Aunque esto podría proporcionar cierta conexión a los que se sienten crónicamente solos, también ocuparía aún más el limitado tiempo y la valiosa capacidad cognitiva de los usuarios.
Creación de intimidad
La intimidad consiste en incorporar nuestra percepción de la otra persona a nuestra percepción de nosotros mismos. Los psicólogos Arthur y Elaine Aron demostraron que la intimidad puede cultivarse rápidamente mediante un proceso de auto-revelación creciente.
Asignaron al azar a parejas de personas la tarea de preguntar y responder a una serie de 36 preguntas. Las preguntas empezaban de forma inocua (¿Quién es su invitado ideal a cenar?) y escalaban hasta revelaciones muy privadas (Si muriera esta noche, sin oportunidad de comunicarse con nadie, ¿qué es lo que más lamentaría no haberle contado a alguien? ¿Por qué no se lo has dicho todavía?).
Las parejas a las que se les asignó la tarea de revelar información más personal se hicieron mucho más cercanas que aquellas a las que sólo se les hicieron preguntas sin importancia, y así permanecieron durante muchas semanas. Una pareja se casó e invitó a los Aron a su boda.
Ahora tenemos aplicaciones que ayudan a los humanos a crear intimidad mediante el algoritmo de 36 preguntas de los Aron. Pero ¿qué hay de la intimidad hombre-máquina? Las personas revelan todo tipo de detalles a los ordenadores. Los estudios demuestran que cuanto más revelan, más confían en la información que les proporciona el ordenador.
Además, los ordenadores les resultan más simpáticos y dignos de confianza cuando están programados para revelar sus puntos débiles, como «hoy voy un poco lento porque tengo que depurar algunos scripts».
Los amigos virtuales no tendrían que estudiar las preguntas de los Aron para aprender secretos sobre la intimidad humana. Con las capacidades de aprendizaje automático, sólo tendrían que peinar las conversaciones en línea para encontrar las mejores preguntas.
De este modo, los humanos podrían «intimar» cada vez más con las máquinas incorporando a sus amigos virtuales a su sentido del yo.
Amplificación de la desigualdad sexual
Los algoritmos de búsqueda de pareja ya están transformando la forma en que las personas buscan y conocen a sus posibles citas.
Aplicaciones como Tinder no son realmente eficaces a la hora de emparejar a parejas compatibles. En su lugar, presentan fotografías y perfiles minimalistas, invitando a los usuarios a deslizar el dedo a izquierda o derecha. Sus algoritmos permiten emparejar a personas de atractivo más o menos comparable y entablar una conversación.
Uno de los problemas de este modelo es que a las personas atractivas no les faltan coincidencias, pero esto va en detrimento de las personas normales. Este tipo de desigualdad basada en el atractivo alimenta graves problemas, desde una mayor autosexualización entre las mujeres hasta un exceso de hombres jóvenes sin pareja propensos a la violencia.
¿Es suficiente?
Por otra parte, la intimidad artificial también ofrece soluciones. Aunque la gente se merece la compañía de otras personas y la mejor atención que otros seres humanos (reales) puedan ofrecer, está demostrado que muchos no pueden acceder a ella ni permitírsela.
Los amigos virtuales proporcionan conexión a los solitarios; los amantes digitales están poniendo un dique al torrente de frustración sexual. La unión gradual de ambos podría acabar proporcionando intimidad y estimulación sexual a personas de todos los sexos y sexualidades.
La gente ya habla con Siri y Alexa para sentirse menos sola. Mientras tanto, en un clima de demanda insatisfecha de apoyo a la salud mental, los robots terapéuticos escuchan a los pacientes, les aconsejan e incluso les acompañan en tratamientos psicológicos como la terapia cognitivo-conductual.
Es posible que la calidad de este tipo de conexión y estimulación no sea un sustituto completo de la «vida real». Pero para aquellos de nosotros a los que lo real nos resulta difícil o insuficiente, podría ser mucho mejor que nada.
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